El problema del transporte público no se resolverá sin soberanía tecnológica


Cuando se habla de la crisis en el transporte público venezolano y su posible estatización o municipalización, es imprescindible hablar de la soberanía a la hora de fabricar nuestras unidades de transporte.

Y es obvio que, para poder estatizar el transporte público, se necesitan decenas de miles de autobuses que puedan ser administrados desde una empresa pública del Estado o desde nuestros municipios.

¿Qué hacemos? ¿Los compramos a China u otros países aliados? Así se hizo en un principio, hace varios años. Hoy, hay decenas de "cementerios" de autobuses Yutong en todo el país, con miles de vehículos varados porque se han dañado. Lo mismo se puede ver en los estacionamientos de las instituciones públicas: miles de vehículos varados, que no se pueden reparar porque la institución no tiene recursos para comprar los costosísimos repuestos importados.

Uno de los varios "cementerios" de autobuses dañados
 que hay en todo el país. Foto: 2001
Se necesitan miles de piezas y repuestos que no somos capaces de fabricar y no podemos importar por culpa de las sanciones, el bloqueo y la guerra económica.

"Pero bueno, ¿no tenemos una fábrica de autobuses Yutong recién creada en Yaracuy?", podría preguntarse otra persona.

Algo importante a tener en cuenta es la diferencia entre una fábrica y una ensambladora. Creamos ensambladoras de carros, autobuses, computadoras Canaima, teléfonos celulares, las inauguramos con mucha pompa y nos pusimos a hablar ante los medios de que... "¡Ahora sí! ¡Tenemos soberanía tecnológica!". Decidimos crear ensambladoras porque es algo que se hace rápidamente, sobre todo para un país con muchos recursos económicos, como lo era Venezuela hasta 2012.

Pero las ensambladoras requieren que importemos de otros países una gran cantidad de piezas prefabricadas para poner a obreros a ensamblarlas, como si fuera un Lego. Crear una ensambladora pudo haber estado bien en su momento, pero para mantener la ensambladora funcionando necesitamos importar constantemente todas las piezas que las potencias nos ofrezcan para poder armar nuestros vehículos, y si estas potencias deciden no vendernos nada por culpa de un bloqueo, tendremos que detener la producción.

Y así nos ha pasado. Tenemos numerosas ensambladoras varadas porque, al acabarse el stock de piezas importadas, ya no pueden seguir funcionando. Ya no podemos fabricar más nada. Y ello a pesar de que la enorme mayoría de esas piezas importadas están hechas de minerales y materia prima que se encuentra en nuestro subsuelo. Pero nosotros los venezolanos aún no sabemos cómo convertir esa materia prima en esas piezas y componentes. Despertamos a la triste realidad: aún no tenemos soberanía tecnológica.

Ensambladora de Industrias Canaima en La Carlota
En mi humilde opinión, hicimos las cosas al revés: creamos grandes ensambladoras porque eso se hace rápido, en cuestión de meses. Pero hacer las cosas bien es un camino muchísimo, pero muchísimo más largo: para poder tener soberanía tecnológica, no sólo debemos ser capaces de ensamblar el producto final (en este caso, el autobús) sino que debemos ser capaces de diseñar y fabricar todas y cada una de las piezas que requerimos para ensamblarlo.

Entonces, tener soberanía tecnológica no significa sacar un motor de una caja de madera, montarlo en una grúa y colocarlo en un chasis, sino formar a ingenieros y técnicos capaces de  tomar el hierro y otros minerales de nuestro subsuelo y convertirlos en motores de combustión interna. Debemos formar expertos venezolanos que sepan exactamente cómo funciona un motor, por qué la cámara de combustión tiene que ser de tal tamaño, por qué tiene que tener tantos cilindros, qué aleaciones de metal tienen que usarse en tal o cual sección, y un millón de detalles importantísimos.

Lo mismo ocurre con una computadora o un teléfono celular: nunca podremos hablar de soberanía tecnológica hasta que no seamos capaces de diseñar, crear y producir en masa microprocesadores, circuitos integrados, memorias, pantallas, condensadores, resistencias, tarjetas madres, baterías y demás componentes necesarios para la fabricación de los productos finales, incluyendo la formación de todo el personal necesario, en un sinfín de disciplinas importantísimas.

Para poder fabricar todas y cada una de las piezas que necesitamos, nuestros ingenieros y técnicos tienen que tener la "mentalidad de hacker" que, en su momento, tuvieron ingenieros chinos y de otros países. ¿No saben cómo funciona un motor? Pues conseguimos uno, lo desarmamos, lo estudiamos, conseguimos libros y manuales, buscamos instructores de otros países que nos ayuden, y así aprendemos a hacer uno. Esto se llama "ingeniería inversa", y es muy popular en esos países. Tanto así, que las potencias intentan prohibirla y la denigran llamándola "espionaje industrial" y "piratería". Pero es la única forma de adueñarnos del conocimiento.


De esa forma, el primer motor que hagamos no funcionará muy bien, pero nos dará muchos datos necesarios para que el segundo, el tercero o el centésimo que hagamos sí sea muy bueno, incluso mejor que el original.

Este proceso de formación, capacitación y experimentación toma años y requiere mucha investigación propia, pues nuestros aliados chinos y rusos muy difícilmente querrán ayudarnos a convertirnos en un competidor potencial que pueda arrebatarles parte de su mercado. Uno que, a diferencia de ellos, sí tiene la materia prima de la que ellos carecen.

Sin embargo, si no nos decidimos a tomar este camino largo y difícil, nunca llegaremos a ser lo que soñamos. Nunca podremos hablar de soberanía tecnológica, ni podremos sobreponernos a sanciones ni a un bloqueo si no somos capaces de tomar la inmensa materia prima que tenemos en su subsuelo, y convertirla en motores, chasis, cajas de cambio, cables, sistemas de dirección, frenos, carrocería y todos los demás componentes que componen un vehículo. Lo que implica, además, tener ingenieros, técnicos y diseñadores formados y capacitados para crear todas esas piezas. Y tomar todas las medidas para que estos ingenieros y técnicos, una vez formados, no se vayan del país: lo que incluye formar sus conciencias y corazones para que amen a Venezuela y emprendan la misma lucha en la que creemos, en pro de la liberación de los pueblos, en contra de la pobreza, la desigualdad, la explotación del hombre por el hombre y el Imperialismo. Además: pagarles sueldos apropiados, y comprometerlos legalmente.

Nuestros dirigentes políticos son muy bien intencionados y sí creen en la importancia de la soberanía tecnológica pero, lamentablemente, en medio de esta guerra de la que es víctima nuestro país, que tiene un lado mediático desde el cual nos atacan permanentemente, están obligados a mostrar muchos resultados en muy poco tiempo. Por ello, han pecado en buscar soluciones rápidas, que puedan montarse en 6 meses. Pareciera que están esperando a alguien que llegue y les ofrezca una solución mágica, rápida y económica, que lamentablemente no existe.

Es nuestro deber convencerlos a ellos y al país completo de que las verdaderas soluciones  requieren un camino distinto al que acostumbran tomar.

No es de extrañar que haya sido durante las guerras que las potencias hayan hecho algunos de los mayores desarrollos tecnológicos de la Historia. En la Segunda Guerra Mundial, tanto Estados Unidos como la Unión Soviética, Alemania y Japón reunieron a sus mejores mentes y les dieron recursos casi ilimitados para desarrollar los tanques más poderosos, los cañones más mortíferos, los aviones que pudieran transportar más bombas y las bombas que pudieran matar más gente.

Nosotros, en medio de esta guerra que nos hacen, siendo víctimas de sanciones y bloqueos, tenemos una misión mucho más noble: construir el mejor autobús, que pueda transportar mucha gente de una forma muy cómoda, y que pueda durar muchos años sin deteriorarse. Y poder fabricar todos los repuestos que requiera para ser reparado.


Y así como queremos construir el mejor autobús porque es nuestra necesidad inmediata, queremos construir también el mejor celular, la mejor computadora, las mejores medicinas, los mejores alimentos, las mejores escaleras mecánicas para nuestro Metro, las mejores piezas para nuestra industria petrolera, entre muchas otras cosas que requiere el país.

Es imprescindible que Maduro, en esta nueva etapa y nuevo comienzo, entienda la necesidad de esto, busque a las mentes dispuestas a esta labor -que sí las hay- y las ponga a trabajar cuanto antes.

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